Inglaterra, julio de 1956. Stevens, el narrador, durante treinta años ha sido mayordomo de Darlington Hall. Lord Darlington murió hace tres años, y la propiedad pertenece ahora a un norteamericano. El mayordomo, por primera vez en su vida, hará un viaje. Su nuevo patrón regresará por unas semanas a su país, y le ha ofrecido al mayordomo su coche que fuera de Lord Darlington para que disfrute de unas vacaciones. Y Stevens, en el antiguo, lento y señorial auto de sus patrones, cruzará durante días Inglaterra rumbo a Weymouth, donde vive la señora Benn, antigua ama de llaves de Darlington Hall. Y jornada a jornada, Ishiguro desplegará ante el lector una novela perfecta de luces y claroscuros, de máscaras que apenas se deslizan para desvelar una realidad mucho más amarga que los amables paisajes que el mayordomo deja atrás. Porque Stevens averigua que Lord Darlington fue un miembro de la clase dirigente inglesa que se dejó seducir por el fascismo y conspiró activamente para conseguir una alianza entre Inglaterra y Alemania. Y descubre, y también el lector, que hay algo peor incluso que haber servido a un hombre indigno?
Los restos del día es una novela británica por excelencia
escrita irónicamente por un autor que no nació en Reino Unido, un
extraordinario ejercicio de contención, donde nada parece expresarse
abiertamente, pero todo queda perfectamente claro. “Un profundo y
desgarrador estudio de la personalidad, las clases y la cultura”, como
escribió The New York Times. Su publicación en 1989 catapultó a Ishiguro
a la primera línea de la escena literaria británica y mundial, pese a
que ya había publicado dos novelas y su nombre integraba la ya famosa
lista de la generación Granta junto a figuras como Ian McEwan, Martin
Amis y Julian Barnes entre otros. Con el libro, sin embargo, Ishiguro
obtuvo el prestigioso Booker Prize, alcanzó un estatus superior en las
letras británicas y terminó siendo nombrado Oficial de la Orden del
Imperio Británico.
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