Este mes de noviembre hemos decidido leer La Librería Ambulante, delicioso cuento en el que se mezcla un canto a la naturaleza y a la
cultura, a los libros y a la humanidad. Un combinado de Thoreau,
Whitman, Kipling, Twain… cargado de fino humor, situaciones entrañables y
a veces, delirantes. Morley nos introduce en el mundo rural de Nueva
Inglaterra a comienzos del siglo XX, pero sobre todo recrea una historia
de cuento, con un trasfondo moral y filosófico, cuya acción transcurre a
lo largo de apenas cuatro días.
La protagonista y narradora de
la historia, Helen McGill, es una soltera cuarentona, que ha pasado de
institutriz a granjera, y durante años no ha hecho otra cosa que
cocinar, cuidar de los animales y de su hermano, que de granjero se ha
convertido en escritor famoso y solo vive para escribir. Pero un buen
día cambia el rumbo de su vida, al toparse con un personaje que podría
ser un duendecillo, un enano saltarín, un príncipe transmutado en sapo
al que la ―en este caso― robusta y madura señorita McGill, a modo de
princesa rural, es seducida por la posibilidad de una variación en su
aburrida rutina doméstica, lanzándose de cabeza a una aventura contra
toda posición lógica y racional, una locura, según su hermano y casi
todos los que la conocen.El Parnaso es el nombre de una librería
ambulante, (de hecho, el título original es Parnassus on wheels) un
carricoche tirado por Peg, viejo caballo al que acompaña Bock, un
perrito juguetón. Con esos compañeros el señor Mifflin recorre el país,
de pueblo en pueblo, vendiendo cultura, o sea, libros, y a la vez,
tratando de convencer a los habitantes de cada casa de las ventajas de
tener el hábito lector. «Que nos llamen hombres no nos convierte en
hombres―pregona Mifflin―. Ninguna criatura sobre la faz de la tierra
tiene derecho a creerse un ser humano a menos que esté en posesión de un
buen libro». Maravillosa labor que le hace feliz, a la vez que le
mantiene en una sanísima unión con la naturaleza. Esta actitud es
adoptada por Helen, que se convierte en heredera del señor Mifflin.Para
evitar que su hermano compre el Parnaso y desparezca de casa, prefiere
comprarlo ella. Pero una vez dueña del carromato y de todos sus libros,
es seducida por completo por ese mundo: decide, pues, cambiar de vida al
instante, o al menos, tomarse unas largas vacaciones y dejar a su
hermano horneando el pan y recogiendo los huevos de las gallinas. El
recorrido que realiza para acompañar al señor Mifflin al tren que le ha
de llevar a Brooklyn, consigue entusiasmarla: con la naturaleza, con los
libros, con la vida al aire libre, las conversaciones con la gente de
cada pueblo, etc. Y por otra parte, inevitablemente en esos días se crea
una corriente amistosa en relación con el duendecillo Mifflin.
Comprende los valores humanos de este hombre, que a pesar de ser pequeño
y feo, tiene un corazón enorme y una fuerza más que sobresaliente. La
corriente es de ida y vuelta, por lo que el pequeño duende se siente
también atraído por la gordoncha solterona y el resultado es una
historia de amor. Pero no un amor pasión, sino ese amor profundo que se
basa en la amistad, la lealtad y la honestidad. Ocurren diversas
aventuras casi quijotescas, en su deambular por los campos y bosques
cercanos a Long Island. El autor lo cuenta todo en clave humorística,
dando un tono entre jocoso y moralizante, entre hilarante y filosófico. Y
el ritmo de lectura es el de la carreta, lento pero constante. Con un
lenguaje sencillo y llano, pero pleno de referencias literarias a los
clásicos. En suma, una lectura muy simpática y un autor poco conocido en
España.
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